domingo, abril 27, 2008, rallada de belga_seg a las 4/27/2008 12:00:00 p. m.
Llaves de casa para que nadie me intente dejar fuera si vuelvo menos cuerda de lo que me voy; agenda con espacios en blanco, para ir rellenando los días que me faltan por cubrir; cámara de fotos, porque hace un día precioso y no he llegado a ese nivel de descripción; música, para que otros digan por mí lo que siento y pueda guardarme las palabras para escribirlas en los folios en blanco que también he metido en el bolso; mi declaración, porque cualquier momento a partir de ya es bueno sí me cruzo contigo; ventolín, para que quedarme sin respiración al verte no sirva de excusa para quedarme callada; zapatillas de clips de colores, porque Segovia también tiene grandes vías que, al igual que en Madrid, recorro contigo sin ti, de los pies a la cabeza.


PRIMERA PARADA
He dejado atrás una casa de lagartijas. No sé cuánto pagan de hipoteca, pero supongo que la tienen bien repartida; cuando entraba una, salía otra, y entraba otra, y salía una, y luego entraba otra. También me he dado cuenta de que el río se divide en dos caminos en varios puntos de su recorrido, y de que en esas ocasiones, siempre hay un puente arriba que le pone barrotes a la elección. Los humanos a veces nos empeñamos en construir cárceles sobre la naturaleza, ¿no crees? Supongo que por eso, junto a la última bifurcación, había una pintada sobre una pared en la que Goofy pedía “libertad de expresión”. Tiene gracia... ¿sabes lo que significa goofy en inglés? Es algo así como “gracioso”, “absurdo”... ¡Qué ironía! Y ahora estoy aquí, en un hueco que he encontrado frente a la orilla del río. El agua pasa y atraviesa un puente sin barrotes, con un arco que se parece a tu sonrisa si le das la vuelta; de orilla a orilla, de oreja a oreja. Estoy dando la espalda a la gente que se pasea por la Alameda y a todas las margaritas que podría deshojar si me parase a pensar en el porqué de que no hayas contestado a mi mensaje. (Cuántas cosas en mi vida cambiaría, cuánto mal que te ahorraría si pudiera amor, loco de atar por ti... si tú quisieras...). Voy a seguir; estoy empezando a sentir que me pican los bichos y si continuo aquí mucho tiempo, se me van a caer encima los árboles que, detrás de mí, parecen hacerle reverencias al paseo. Son grandes. Me dan miedo. Lo grande siempre me ha venido grande.


SEGUNDA PARADA
Hay tanta gente que se pasea acompañada... no te voy a negar que me encantaría que fueses de safari a la ciudad conmigo, pero... ¿tan malo es pasearse sola, que soy la única que parece hacerlo? Hasta llegar al punto exacto en el que estoy ahora mismo, en diagonal casi perpendicular con la cruz más alta de las torres del Alcázar, no he encontrado a ningún solitario paseando. Ayer leí una entrevista en la que una fotógrafa famosa decía que su inspiración son las chicas solitarias. Para mí, tú eres mi sola inspiración... pero yo podría ser la suya. ¡qué lío!... ¡Por fin! Acabo de ver a un hombre mayor paseando solo. ¡Qué ilusión! Eso me recuerda que hace un momento he visto, mientras en el lado opuesto un señor pescaba truchas (yo creo que eran truchas, a la gente le gusta pescar truchas), a dos ancianos de la generación del 27 por lo menos, sentados en un banco, muy juntos, mirando al monasterio. He imaginado que podrían ser dos admiradores de Lorca y Cernuda, esperando a que Dios les abra la puerta.¿Te imaginas? Hoy es un día perfecto para la poesía, aunque la gente se empeñe en pasearlo de puntillas, o en dejar que sus perros tiren de ellos. Sólo los muchos corredores que se alternan por mi izquierda y mi derecha parecen haberse dado cuenta; ellos sí, van midiendo su paso como se miden las sílabas de cada verso que compone un soneto.
Una niña se acaba de quedar mirándome fijamente mientras paseaba con sus padres. Seguro que ella entendería mucho mejor que ellos qué hago aquí, tirada en el césped, escribiendo; pero no se lo voy a explicar. De pronto otra niña me mira. Ni la primera ni la segunda parecen pedir explicaciones con la mirada y si las sonrío les entra vergüenza y se van. Yo también lo hago; queda mucho viaje y el sol ya tiene ganas de jugar al escondite.


TERCERA PARADA
Espero que a ningún conductor se le vaya el volante hacia la derecha. Por si acaso, me he colocado justo al lado de una farola; si se tiene que llevar a alguien por delante, que sea a ella primero. Nunca me han gustado los cuerpos estáticos. También por si acaso, me he colocado a cien metros de una de esas señales que limita la velocidad que siempre sobrepasamos. Llevo un minuto sentada, y en cincuenta segundos me han rozado tres niños y he escuchado al menos a cinco personas quejarse de unas escaleras que, si bajan ahora, tendrán que subir luego. Si fuese sociable les aconsejaría que las bajasen; yo las acabo de subir y para llegar hasta ellas he pasado por Nunca Jamás... Así que eso era... Nunca fui cuando tuve la edad de ir; yo tenía mi Nunca Jamás particular en algún lugar donde permanece intacto. Nunca quise saber qué era quedar a las nueve de la noche para helarse de frío al lado del río compartiendo unas litronas. Nunca me pareció el mejor lugar para empezar una de esas relaciones que aguantan lo que tres cubos de hielo en un vaso de tubo. Supongo que siempre he sido algo rara. Ha sido una forma diferente de oler la humedad que venía oliendo desde la parada anterior; las plantas sudan tanto o más que las hormonas. También ha sido curioso ver que sigue ahí, para los nuevos niños perdidos; aunque más curioso ha sido reconocer a lo lejos a uno de esos niños de mi generación, que justo ahora, me ha reconocido a mí.
- Qué haces? ¿Pintas?
- No, escribir...
- Yo me voy a comprar bebida.
Se va, y ahora alguien pronuncia tu nombre; pista suficientemente fiable para saber que no es a ti a quien llama. Sin embargo, se hace inevitable no levantar la vista... por si acaso. Efectivamente, ni eres tú, ni yo te voy a esperar aquí. Encontrarte en este lugar sería encontrarte demasiado cerca del huerto que he dejado a un lado mientras me cruzaba con el cura del barrio, que si espera que me cure, lo lleva claro. Esto no tiene cura. Y yo no te quiero llevar allí, para eso está el resto. Ya sabes, soy rara.




CUARTA PARADA
Son las ocho y nueve, y diez o más son las parejas que he esquivado para llegar hasta aquí. Creo que esta hora es la mejor para besarse, porque es lo único que he visto, aparte de tripas haciendo de trípode para los turistas a los que acaban de cerrar el Alcázar. Besos en medio de la calle, besos junto a la muralla, besos sobre la muralla... menos mal que me he dado cuenta de que había una pareja, porque he estado a punto de parara donde parar era imposible. Y no quiero sentir que tengo cara de prohibido, pese al gesto horizontal de mis labios porque no das señales. No, hoy tampoco estoy de humor. El sol está a punto de ser uno de esos espectadores que observan la ciudad desde la torre más alta; al menos no tendrá que subir las fatigosas escaleras de caracol. ¿Tendrá vértigo?


QUINTA PARADA
He estado al lado de unos árboles tan inclinados como la torre de Pisa, que parecía que iban a caer sobre mí, aplastándome; me he sentido como una hormiga frente a la inmensidad del Alcázar; me he sentado sobre unas escaleras empinadas con las que he tropezado al ponerme en pie y he permanecido a escasos metros de una carretera; me he apoyado sobre la muralla... y ahora, sólo ahora, sobre la superficie más estable, sobre uno de los bancos de la Plaza Mayor, es donde más peligro siento. Las terrazas están repletas de gente, los niños corren de la mesa donde sus padres toman algo al kiosko central. Los hay que atraviesan la plaza como si cruzasen la pasarela Cibeles, y otros que la recorren con prisa y mirada perdida. De vez en cuando, el sonido del motor de un coche se eleva por encima del murmullo general. Un niño me acaba de recordar que no hace mucho era yo quien jugaba al fútbol utilizando los árboles del centro de la plaza de porterías... aunque yo nunca tuve un balón rojo. Me da miedo ver sentada lo rápido que pasa el tiempo y la poca prisa que me doy en conseguir ser una de las muchas parejas que sube o baja la calle Daoiz. Como decían en Amelie, no son buenos tiempos para los soñadores... y, además, es una hora mala para los solitarios; solo hay familias o parejas. En esta esquina, a escasos metros de San Frutos, me veo incapaz de imitarlo y pasar página contigo. Yo quiero subir y bajar la calle Daoiz a tu lado, con ese viento que siempre la recorre, soplando a nuestro favor. Me voy de aquí. Mis temores se han confirmado; en la otra parte del banco, una mujer, su marido y su hijo, se acaban de sentar y, aparte de no parar de discutir, deben de estar cenando hamburguesas.. Huele a fritanga que tira para atrás... o para adelante. Sigo.


SEXTA Y ÚLTIMA PARADA
Era predecible, ¿no? Yo no te quiero llevar al huerto. A mí me gustaría traerte aquí y decirte que te quiero. Y abrazarnos. Dejar de sentir que la mujer muerta se mira al espejo y me encuentra ahí, en la almena, inerte y mirando hacia abajo. Yo quiero mirar con tus ojos hacia abajo; enseñarte lo pequeñito que se ve el mundo apoyada en esta piedra. Las fieras del Safari que pueden andar sueltas por la calle Real (siempre me pregunto cuánto tiene de real y cuánto de irreal... todas esas personas en los días como hoy... ¿cuántos son de verdad?) parecen hormigas desde este lugar; algo así como yo frente al Alcázar hace una hora y media.
Las farolas van tiñendo la ciudad y las luces de todos los coches, menos las de los despistados, van iluminando los espacios que quedan sin cubrir. Acabo de escuchar a una mujer explicarle a alguien lo pequeñito que es el canal por el que corría el agua. Hoy todo el mundo se fija en el canal, es curioso. Supongo que, entonces, lo pequeño también puede transportar grandes cosas. El agua, al fin y al cabo, es vida. ¿Cuánta agua crees que le puede quedar a cada uno de esos viejecitos que acabo de ver, justo antes de llegar hasta aquí, saliendo del Centro de Mayores? Me ha parecido que salían, como yo, de Safari a la ciudad... Ya me voy a casa... Quiero que me lo bailes... El agua, digo... la vida, que es lo mismo...
Si supiese hacer aviones de papel, tiraría ahora mismo uno... ¡Salta, valiente!


Canción de la semana: “No debí” (Tiza)
“No debí sobrevivir cada pausa de noticias, ¿qué esperabas tú de mí? Adorando las reliquias sin sentido, los recuerdos nunca son si no son compartidos... No debí disimular una vez que descubrí que no me quería marchar, que quería estar ahí...”
 
domingo, abril 20, 2008, rallada de belga_seg a las 4/20/2008 12:19:00 a. m.
(Por si alguien quiere descargarse la entrevista que le hice a Rebeca Jiménez para el suplemento "De marcha" de El Adelantado de Segovia http://www.megaupload.com/?d=D58JQ503 )


"Coordenada descoordinada de todo movimiento, altitud de un día de estos toco el cielo,

Estás a una pared de mí. Partimos de la misma altura. Aún no te he visto, así que me limito a disimular que en realidad estoy atenta a lo que tengo que estar pendiente. Lo estoy, sin duda lo estoy, pero eso no significa que no esté pensando, a la vez, que el cronómetro va descontando los segundos que faltan para encontrarnos. Permanezco inmóvil en mi coordenada y reconozco que me vuelvo un poco torpe al intentar centrarme en lo que hay más allá del cristal; otras, quizás las menos, en lo que hay más allá de la pared. Voy ganando altitud.

latitud de 120 pulsaciones por minuto, taquicardia en un segundo, que se ponga a salvo el mundo que yo...

Te veo a lo lejos. Sigo disimuladamente tu trayecto siempre interrumpido; te paras a saludar a una mujer; ahora a un hombre; tocas a un niño la cabeza y te acercas, cada vez te acercas más. Das dos besos a una chica y levantas el brazo, saludando con la mano a alguna persona que has reconocido entre la multitud. Me veo obligada a controlar mi sonrisa al ver la tuya más cerca, cada vez más cerca. Podría inventarme una letra y cantar por dentro una canción acelerada utilizando el ritmo del latido de batería... Pensándolo mejor, creo que me quedaría sin respiración al intentar seguirlo; va tan rápido... Llegas, como siempre, tan increíble, y algo por dentro de mí lo nota; es inevitable... Sigo sin entender que por esto pueda contribuir a la presunta destrucción del mundo...

Si me rozas soy el hipocentro de un terremoto y tiemblo, tiemblo, tiemblo y me desmonto.

Formamos un círculo con dos o tres personas más y a veces choco de manera voluntaria mi pie derecho con tu izquierdo. Lo aparto rápido, como se aparta una mano de una plancha después de una quemadura fruto de un despiste. Otras, tu brazo derecho y mi izquierdo se encuentran, como los polos opuestos de un imán, y permanecen tocándose durante un rato. Tiemblo por dentro y se me llena el cuerpo de grietas; no las veo, pero las siento.

Si me miras soy el hipocentro de un maremoto y lloro, lloro, lloro hasta que me ahogo

Ahora me miras y me dices, mientras echas el cuello para atrás en un movimiento leve y rápido, “¿qué?”... y yo, como siempre, entre derrumbada y agradecida, abro el paréntesis en la cara, ese que no aclara nada, y entre la sonrisa escurridiza y los hombros levantados te intento invitar a pensar que igual deberías preguntarme eso en otro momento y, sobre todo, en otro lugar. No me hagas hablar ahora, por favor, que lloro.

La unidad de “salvamento” (entre comillas) siempre llega a tiempo, y entre escombros de esperanza encuentra algún silencio que me sirve de balsa pa’ flotar una semana más en este infierno, en este infierno... evitando convertirte en epicentro.

Ya está. En eso ha consistido nuestro encuentro de la semana. En vez de aferrarme a la esperanza y confiar en el “quizás”, vuelvo a sujetarme a lo seguro; un silencio y hasta la semana que viene. Quién sabe; puede que entonces, terremoto y maremoto encuentren una salida en mi cuerpo, y no sea yo la única afectada.

Si me rozas soy el hipocentro de un terremoto, y tiemblo, tiemblo, tiemblo y me desmonto. Si me miras soy el hipocentro de un maremoto y lloro, lloro, lloro hasta que me ahogo..."


Canción de la semana: “Recuerdo crónico” (Jorge Marazu)“Ansioso de ti, borracho de vivir, cansado de ver puertas frente a mi nariz, vencido sin tener un sitio a donde ir, buscándote en contra de mí...”
 
martes, abril 08, 2008, rallada de belga_seg a las 4/08/2008 08:04:00 a. m.
Lo siento. No me conoces de nada y seguramente nunca nos volvamos a cruzar, si es que lo hemos hecho; pero te he escuchado una frase y ya no puedo hacer nada por parar la película. Dudo que tengas botón de “stop” y mi oído se ha acostumbrado demasiado pronto a escuchar de fondo las canciones que van pasando en el mp4 mientras tu boca sigue proyectando una a una las imágenes que voy imaginando en el cristal de la ventana. Tengo tres discursos sonando a la vez y lo extraño es que pueda escuchar los tres con perfecta nitidez; tú, mi mente y la música. Todos en perfecta armonía y sin que aparezca la distorsión. Me temo que hoy, a diferencia de otros días, no voy a poder aguantar. Llorar va a ser demasiado fácil.
Ni te veo ni quiero verte. Si te encontrases mi cara de frente ahora mismo sabrías que me estoy colando hasta el fondo de tu vida y, si yo fuese tú, me denunciaría por intromisión en la privacidad. No deberías hablar tan alto cuando hay tanta gente alrededor. Es sólo un consejo; por ti, por mantenerte donde dices que quieres estar, donde cuentas que sólo una de tus compañeras de trabajo (de doce en total) sabe que no estás. Es por ti; no es una manera egoísta de pedirte que no me hagas llorar con la película. Tenía una propia en la cabeza que ya estaba empezando a aguarme los ojos justo cuando te he escuchado, así que ahora, según se van colando entre canciones tristes tus palabras que superan la tristeza, me da auténtica vergüenza saber que en estos momentos podría estar llorando por, ya ves, la triste tristeza de estar enamorada. ¡Qué injusta es la vida! Yo con lágrimas en los ojos por creerme dentro de una cárcel en la que no me dejan sentir, y tú hablando sin que apenas te tiemble la voz, a pesar de saberte fuera de una cárcel dentro de la cual está a quien te gustaría sentir. Yo llorando por una cárcel psíquica y tú firme tras una cárcel física. Lo siento; te escucho y me doy vergüenza. Pero aún así no dejo de pensar en mí, de pensar que tengo algo por dentro que me pone barrotes al corazón y que no es justo, que no puede ser un delito querer. Y de fondo esas malditas canciones que, aunque me hacen temblar, me gustan tanto que soy incapaz de silenciar sus letras y todo lo que me recriminan.
Hay frases que has dicho a lo largo de la historia que parecen tener eco y repetirse durante todo el trayecto mientras continuas explicando lo mal que lo pasaste cuando te dijeron que lo trasladaban a Galicia y el alivio que sentiste cuando te llamó desde Segovia. “Te ciegas. No ves. Tú te ciegas”. Sabías que estaba metido en drogas y que llegaba cada día apestando a alcohol y, sin embargo, le abrías la puerta. Me pregunto si te pegaba...“Yo a mis padres eso no se lo contaba, ¿cómo se lo iba a contar?”. Supongo que ellos ni se imaginaban cómo era en realidad el padre de su futura nieta. “Un día me llamaron de comisaría y ya pensé que era alguna de las movidas que tenía...”. Dices que nunca le preguntabas por ellas, y el por qué le metieron en la cárcel he sido incapaz de escucharlo; supongo que el sonido es capaz de distinguir entre los secretos y los secretísimos y por eso no me ha dejado escucharlo, y en el fondo se lo agradezco. Sigues. “La gente no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde”. Te llama tu hermana y al colgar cuentas que no tienes hambre, que a la hora a la que llegues a casa, te vas directa a la cama. Rectificas. Primero te toca “aguantar el sermón” de tu madre. Tienes una criatura de más de un año y, sin embargo, te toca aguantar el sermón de tu madre. Trabajas en una peluquería, no soportas a tus clientas, especialmente a esa que se lleva a su enfermera hasta la peluquería y luego la pone a parir por ser extranjera, y el sueldo no te da para más que para encontrar un piso en Vallecas, pero tus padres prefieren que te quedes por la zona en la que vives con ellos; no por ti, por la niña, por si se pone mala y tienes que llevarla al hospital corriendo...
Podría seguir; has dicho muchísimas más cosas y yo lo he escuchado todo, lo he visto todo a través del cristal que abarcaba mi fila de asientos y la tuya, la de detrás. ¿Nunca te has fijado en que las carreteras vistas desde esos ventanales son las mejores salas de cine? También he escuchado lo suficiente de lo que has dicho tú; tiene que ser horroroso tener un hijo en la cárcel y saber que es imposible dejar de quererlo, imposible no quererlo con más ganas si es que se puede...

Moncloa. Fin de trayecto. Te miro de reojo y compruebo lo que había pensado... quizás tengas uno, dos como mucho, más que yo... y tú... quizás la edad de mi madre... tirito. Tiemblo. No me gusta que me pongan películas de terror en el autobús. Me dan miedo y me cuesta dormir por la noche. Los documentales de terror me asustan mucho más... podrían pasarme a mí. O a ti. O a ti. O a ti. O a ti. O a ti...

Cruzas la calle y otra vez siento vergüenza de mí misma... mi mente y la música no se van contigo.


Canción de la semana: “Mi paracaídas” (Marwan)“Y ahora dime quién va a ser mi otro cuerpo, mi otra piel, mi equilibrio, mi equipaje y quién será Penélope cuando este tonto se vaya de viaje, quién va a ser mi playa en Madrid... mi próximo verano y mi herida, quién va a ser mi paracaídas...”