domingo, junio 29, 2008, rallada de belga_seg a las 6/29/2008 01:30:00 a. m.

La meta -o la línea de salida- se ve cada vez más cerca; tan cerca que ni siquiera puedo escribir “a lo lejos”. Está ahí y, en vez de intentar un esprint final, en vez de dormirme pronto para acelerar la llegada del día, mantengo los ojos bien abiertos y me acurruco en cualquier curva que me haga perder segundos, que pueda retrasarla, que la haga más lenta... más lenta... más... más... más lenta... Sí; tengo algo definido entre el miedo y la desgana. Supongo que pasará... Siempre pasa.
Me tapo los oídos con temas que mi mente canta por inercia y me pierdo en ti; es necesario. Siento que necesito sentirme forastera en casa. Busco que los azulejos que anuncian el nombre de tus calles me digan que no me echarán de menos porque apenas me conocían. Trepo por tu columna vertebral con el sol reflejando lo que llevo por dentro, jugando a hacer de mi cara y mi cuerpo un dibujo en blanco y negro, y mientras tanto, alzo la mirada a las fachadas de tus casas viejas, intentando encontrar balcones que tengan sus persianas bajadas; la boca cerrada para no devolverme el saludo si los miro fijamente. Llego a la Plaza Mayor y me encuentro con una manifestación de la que soy testigo en la distancia, intentando comprender el por qué de ciertas cosas que no deberían tener causa, y que son tan incomprensibles como mi miedo a abandonarte, ahora que ya había aprendido de sobra a no echarte de menos. Todo es tan absurdo que doy una vuelta alrededor, pretendiendo que alguna de las terrazas que conozco desde que era tan pequeña que ni me encuentro ni me acuerdo, me silbe invitándome a tomar algo, tentándome como a cualquier turista del montón que hacen cola a la puerta de la Dama de las Catedrales. De esta manera la despedida sería simplemente como lo que será; coger un autobús de vuelta y punto.
Alzo la vista intentando que San Frutos pase página de una vez por todas y de verdad, para sentir al menos que algo ha cambiado, que no sigues siendo la de siempre. Busco huecos entre tus huesos, rincones arrinconados hasta hoy por las esquinas de mis ojos, pero los que encuentro son tan pequeños que siento que debería graduarme las retinas; seguro que de ese modo lograría encontrar en mi memoria esas calles que forman parte de tu alma y que nunca me has dado opción a recorrer. Hay tanto de ti que desconozco... Decido entonces subir por una de esas dos venas que te dibuja una V en el cuerpo, cuya punta es el Alcázar, y ahora sí empiezo a sentirme de verdad una extraña viajera en ti, observadora de algunos de tus modos desconocidos. Subo y bajo calles por tu tripa como quien sabe que ha perdido algo pero no tiene muy claro qué. Atravieso calles que huelen a húmedo, calles que no se dejan respirar y mucho menos contemplar, y que consiguen hacerme creer que nunca he sido oxígeno en tus pulmones; que puedes vivir sin mí, que no tengo por qué preocuparme en regresar.
Me quedaría así, haciéndote cosquillas por esta parte de tus entrañas durante un buen rato; el necesario para que te rieses de mí en la cara y me llamases una y otra vez forastera. Y sin embargo, ¿sabes lo que hago? Exacto. Termino en el mismo lugar de siempre, mirándote desde arriba, con cara de pena, como la de siempre pero por un motivo diferente, y pidiéndote en silencio que por favor me eches un poco de menos... Solo un poco...


Disco de la semana: De casa a Las Ventas (Rosana)
Canción: Nadie más que yo... “Puede ser que no lo veas, o tal vez que no lo creas, bien lo sabe Dios que en el mundo del amor no habrá nadie que te quiera más que yo...”
 
lunes, junio 23, 2008, rallada de belga_seg a las 6/23/2008 12:48:00 a. m.

Retuerzo las ganas de escribirte. De escribirte lo que sea. Soy consciente del peligro que genera el roce de las yemas de mis dedos con un boli, el teclado del portátil o del mismo teléfono móvil. Sé que sale fuego y aunque no te lo creas tengo miedo de quemarte. No quiero que te quemes. No quiero abrasarte y tener que contemplar dentro de un tiempo las cenizas de un incendio del que pude haber sido culpable. No quiero, pero a veces me resulta imposible. A veces, muchas... de acuerdo, la mayoría de las veces, las ganas de escribirte son demasiado fuertes y no consigo retorcerlas, reducirlas, retenerlas. No puedo. Son elásticas y por mucho que lo intento vuelven a su estado natural... o antinatural. Lo que sea; el estado en el que las conviertes cada vez que nos vemos. Es matemático. Cualquiera diría que somos de letras.
Y mira que intento aplastarlas. Las escurro en la cabeza una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... como una bayeta a la que le queda mucha agua por liberar. Pero siempre me resbalan por la cara, se deslizan por mi cuello, y no sé cómo, consiguen llegar hasta el corazón y pegarse bien fuerte. Y ahí ya sí que es imposible retorcerlas. Tengo el corazón tan duro que se empeña en quererte así y no de otra manera. No puedo. No sé. Y creo que, a veces, tampoco quiero.
Me aprendo de nuevo cada vez, como si la hubiese olvidado la anterior, esa canción de Quique González que siempre hace de banda sonora en tus momentos de desconexión e incomunicación absoluta y me río de mí misma al darme cuenta de que podría cantarla con la boca cerrada... y seguiría sonando. Creo que yo no tengo un pedal de freno. Y si lo tengo, funciona mal; así que perdóname si soy incapaz de retorcer las ganas de escribirte. De escribirte lo que sea. Soy consciente del peligro... y ya me ves. Aquí estoy otra vez. Otra maldita vez. Escribiéndote. No contestes si no quieres, pero no te quemes. Arde conmigo.

Canción de la semana: La fuerza del destino (Mecano- versión del musical)
“Pero la fuerza del destino, nos hizo repetir... que si el invierno viene frío, quiero estar junto a ti”
 
lunes, junio 09, 2008, rallada de belga_seg a las 6/09/2008 11:07:00 a. m.

Hace unos años no era fácil verme llorar emocionada. Siempre he sido esa piedra que te encuentras en medio del campo y que, por muchas patadas que le des, resiste; no se parte, no se rompe, no se descompone en mil pedazos. No sé cuando cambié. Creo que fue una canción… o quizás quiero creer que fue una canción. Da igual; desde entonces ha habido cosas, bastantes, que me han hecho llorar emocionada. Quizás no lloro tanto como algunas personas a las que conozco, pero ya no soy esa piedra. Ahora yo también sé hacerme añicos por algo que me roce y, en ocasiones, hasta disfruto viéndome regar mi mejilla como una boba, sin razón aparente. Eso sí; nunca, nunca, nunca, había demostrado ser sensible al efecto de ver un balón cruzar una línea de gol. Con ninguno de mis equipos.
He jugado finales para aburrir, y solo en los últimos dos años he ganado cuatro; hasta entonces casi siempre había perdido las que había jugado. Una vez marqué un gol que si se hubiese completado con otro, me habría dado el premio a la jugadora más valiosa entre cerca de 500. Tuve que conformarme con ser la segunda más votada. Quinientas, en número o en letra, son muchas, pero ni siquiera aquello me hizo llorar de emoción. Y antes de ayer, lo conseguisteis. Conseguisteis que a 35 segundos de que el marcador os convirtiese en totales y merecidas aspirantes a ascender, mi piel se convirtiese en gotelé y mis ojos en un grifo tímidamente abierto; como cuando sabes que van a cortar el agua y que no debes abusar de lo que queda acumulado dentro. Y lo único que puedo hacer es daros las gracias. Gracias por hacerme sentir orgullosa de vosotras, por hacerme sentir parte de vosotras.
Sabéis, igual que yo, que ver un partido desde un banquillo no es nada fácil. Hoy puedo decir que más difícil lo es cuando no ha sido una decisión técnica o una lesión lo que te ha dejado ahí, sino que no formas parte de ese equipo y solo estás de delegada. Cumpliendo con un trabajo que sabes que no es el tuyo, ni quieres que sea el tuyo; porque a ti lo que te gustaría, es estar ahí, ayudando en la cancha, que sabes que es tu lugar, pero al que, por una razón u otra, ha sido, y de momento será, imposible llegar. Es difícil. Tremendamente difícil. A veces te gustaría ponerte la camiseta, salir y marcar el gol del empate. Pero te toca repasar las fichas y ser consciente de que la tuya no existe, y tomar apuntes para la crónica y saber que tu nombre no aparecerá escrito por ningún lado.
Supongo que por eso lloré emocionada; porque a lo largo de los tres partidos de este fin de semana para no olvidar, me he visto dentro de cada una de vosotras, y he sentido que, de alguna manera, yo también estaba ahí jugando. Cada vez que os he sentido presionar arriba, con todas vuestras fuerzas; cada vez que os he visto aguantar la mirada a chicas a las que a algunas os sacaban dos cabezas; cada vez que al levantar la vista del cuaderno a la cancha, tras apuntar un gol en contra, he encontrado vuestras cabezas bien altas y a una distancia larga del hueco entre los brazos que deja libre la humillación; cada vez que habéis marcado un gol de churro, uno de estrategia o un golazo; cada vez que he comprobado que cuando una sustituía a otra, el bloque no se descomponía… he sentido que todos estos años de “lucha” (unas veces más que otras), desde los 8 que tenía cuando le dije a mis padres que yo no quería jugar al baloncesto ni al tenis, que a mí lo que me gustaba era el fútbol y que ser una chica no tenía por qué ser impedimento, hasta los 22 que tengo ahora, han merecido la pena.
Durante este fin de semana me he acordado de lo agradecida que estoy a tu tío (Sofi), por haber convencido a mis padres para que me dejasen hacer las pruebas del Quintanar con tu prima, me he acordado de lo solas que nos sentíamos en aquel vestuario al que solo podíamos entrar una vez que todos estaban cambiados, me he acordado de aquel Camygol al que seguramente fui única y precisamente por ser una chica debido a sus extrañas reglas, pero en el que una vez dentro demostré que yo también sabía jugar y marcar goles (y encima valían por tres!). Me he acordado de la confianza que pusieron en mí desde el principio Peiro y Juanjo, a pesar de que yo era “la chica”; de mi año en el banquillo con Toñín y More precisamente por ser “la chica”; de mi salida del fútbol rodeada de chicos y de mi entrada en el fútbol sala… también rodeada de chicos; de aquel año en el que Ladis y Agustín (aunque seguramente ellos no se acuerdan) me enseñaron lo básico del sala y que, gracias a César, terminé en el equipo de un instituto que no era el mío, jugando con personas que sí que eran de las mías… por fin chicas (alguna de ellas erais, aunque no os acordéis y yo tampoco, alguna de vosotras); de mi vuelta al fútbol durante tres años comprobando que en otros países también hay mujeres a las que les gusta este deporte; de los pájaros en mi cabeza que me iban a llevar volando con una beca hasta Estados Unidos y que finalmente regresaron conmigo a España y me dejaron a 100 kilómetros del nido, jugando, por diversión, con el equipo de la facultad más mala de toda la Complutense; de mi año en el segundo equipo del Unami, y de los torneos de colegios mayores junto a mis amigas de la residencia… Me he acordado de todo esto y de toda la paliza que he dado durante este año a los lectores de mis columnas con las 13 azules, que sois vosotras. Y he sentido que cada paso que he dado y cada letra que he escrito ha merecido la pena, porque vosotras habéis demostrado que tenía razón; que poniendo todo el corazón a veces se consigue lo impensable, que, aunque algunos lo pensasen, no era imposible.
Muchísimas gracias a cada una, a Javi, y por supuesto a mi compi de habitación y delegación (para utilleras no tenemos precio!). Me he sentido orgullosa. Me he sentido representada como segoviana y, sobre todo, como persona. Sois un equipazo. Sois un equipazo y estoy segura de que Ferrol no será el lugar donde más lejos habréis llegado. Sois buenas. Creéroslo. Sólo un poquito más. Ya sabéis… mal que tal, este equipo sí que vale. Mientras sigáis muriendo matando, vais a resucitar muchas veces. Estoy segura.

Y a ti… “solo estaba pensando en poder meter un gol mañana y dedicártelo como si fuera el último!”… Y fue el último del fin de semana, y fue un golazo, porque sobre todo te vi marcarlo desde dentro, con el corazón más que con tu zurda mágica. No te rendiste y es así como me gusta verte… luchadora hasta el final. Creo que la fuerza del abrazo que me diste va a tardar tiempo en irse… durante dos minutos me estuvo temblando el cuerpo y fui incapaz de escribir nada. Gracias, Maga. Por cierto, durante los partidos también pensé que otro de mis sueños es poder jugar algún día contigo, tú en la izquierda y yo en la derecha… sé que íbamos a hacer mucho daño… ¿algún día?…

Muchas gracias por llevarme hasta allí; muchas gracias por llegar hasta aquí.


“Tú tira p’alante, vuelo rasante, sonrisa en la boca, ahora lo que toca es disfrutar y nada más (…) Aprovecha la oportunidad de haber nacido para ganar”
 
jueves, junio 05, 2008, rallada de belga_seg a las 6/05/2008 09:32:00 a. m.
por alguna extraña razón el reloj este del blog no va bien... Esto está publicado a las 00.01 del 6 de junio. amén.



He llamado a Siglo. Ya le habían avisado. Ya lo sabe; sabe que hoy le toca alquilarte uno de sus cuartos. Me he permitido la licencia de firmar el contrato por ti, porque he visto el catálogo de cuartos y creo que, teniendo en cuenta todo lo que hemos vivido en dos años desde que nos conocemos, vas a necesitar que el más espacioso sea para ti, al menos para almacenar mis cosas. Me ha preguntado que qué garantías de cuidado le ofrecías y le he dicho que no se preocupe, que te conozco bien, y que sé que cada día de estos 365 que durará el arrendamiento, le vas a pagar con la sonrisa más increíble que habrá visto en sus cien perennes años. Al principio no se lo creía; dice que su vejez le ha dado la suficiente experiencia como para no fiarse de nada y mucho menos de nadie. Entonces le he enseñado una foto tuya; esa en la que estás en el Calderón, el día que yo canté por primera vez un gol del Atleti. No se puede decir que esa sonrisa fuese para enmarcar, porque se sale del marco. Le ha convencido; creo que nunca nadie le había enseñado un truco de magia, y me parece que se ha llegado a emocionar.
Aunque a mí me debería haber pedido el carnet para entrar, Siglo se ha hecho un poco el loco y me ha permitido echarle un vistazo. Yo también quería asegurarme de que podía fiarme de él, porque necesito garantías de que entres donde quiera que entres no te voy a perder de vista; que ni la distancia en la edad nos separe, porque desde hoy vuelves a tener tres más que yo, y tres son multitud. Le he preguntado que si me dejaba darte una fiesta sorpresa, pero Siglo es demasiado sigiloso y me ha dicho que ni hablar. Así que me he vuelto a permitir otra licencia; la de dejarte cajitas repletas de cada una de las cosas mías y tuyas, compartidas, que creo que deberían encontrar sitio en ese cuarto, aunque luego, cuando las abras y las mires de nuevo, ya decidas tú qué es lo que cuelgas de la pared, qué es lo que colocas sobre las baldas, y qué tiras a la basura.
No te asustes, las cajas son pequeñitas, pero verás que, al abrirlas, el tamaño de lo que llevan dentro se magnifica. Siglo me ha dicho que cree que no debería de haber problemas para que todo quepa, aunque yo no estoy muy segura. La primera caja que he dejado en el suelo es la del verano del 2006; espero que el periódico quepa dentro con todas las conversaciones a voz en grito y también aquellas entre susurros, el concierto de Rosana, los viajes a la Granja, los artículos a medias sobre coches en miniatura, la judiada, mi carta, tu carta... Luego hay más cajas en las que he metido todos los entrenamientos, esos viernes que llegaban siempre en el momento preciso, los partidos, algún gol que te dediqué, los planes que hicimos y que siempre acababan terminando en pendientes y en “algún día”, los mensajes de móvil por la noche chivados por Horacio y La Maga, las canciones que he intentado colocarte de banda sonora, los libros leídos, tus agendas de Navidad, los viajes en tu coche, los e-mails por la noche para despertar por las mañanas, los partidos en la grada, los regalos por sorpresa, los regalos esperados, la carta... La verdad es que ahora mismo hago memoria y sé que me dejo cosas fuera, pero bueno, ya verás cómo todo está ordenado y en las cajas. No te tropieces con ellas, cáete sobre cada uno de los recuerdos que tienen guardados.
Espero que el cuarto de Siglo sea lo suficientemente bueno para ti... aunque, en realidad, dudo que haya algo suficientemente bueno para ti.
Sopla las velas y pide un deseo...


Canción de la semana: Nueva York (Vega)
“Por si un día decides que aquello valió la pena, si descubres que ya no te importa el qué dirán, si te pesan las cicatrices, la nostalgia de tiempos felices, dando vueltas por este cuadro me encontrarás...”
 
domingo, junio 01, 2008, rallada de belga_seg a las 6/01/2008 11:40:00 p. m.

El primer día, la habitación está helada. Fría no, helada. Abres la puerta y lo único que ves es una cama con un edredón tan feo que te parece imposible que vaya a ser tuyo; una pared con un corcho viejo y repleto de nada; una estantería con demasiadas baldas; y un lavabo con el que no vas a poder lavarte la cara y fregarte las lágrimas, porque su agua está tan congelada como el resto del cuarto. Abres el armario y te devuelve en forma de eco un resoplido; no te cabe la desgana, no te va a caber la ropa. Lo cierras y miras alrededor. Te sientas en una silla de despacho y despachas como puedes las ganas de coger el teléfono y pedir que paguen la fianza; que te saquen de ahí. Escuchas la conversación al otro lado de la pared; eres consciente de que hay alguien, pero sabes que realmente, si llamases a su puerta, no encontrarías a nadie.
Los nervios reaccionan y te advierten; ya no puedes esconderte. Tienes que ir al baño. Y entonces te toca ser valiente y salir al pasillo interminable que horas antes has recorrido arrastrando lo menos posible la maleta. Para no hacer ruido. Para no molestar. Para no despertar a las bestias. Ya te han contado que te tienen ganas, que las novedades están de subasta, que por la timidez más extrema el precio es una carcajada; por la inocencia, dos; y por la prepotencia, la ignorancia y la indiferencia, que al final resultan ser más caras que cualquier tipo de mofa a la cara. Te tiembla la mano al pasarla por el pomo. Bajas el brazo. Se oye el chirrido. Ya no hay marcha atrás...
Los últimos días, la habitación empieza a helarse, preparándose para otro primer día de alguien que no vas a ser tú. Intuye que te vas y que ni siquiera vas a dejar los recuerdos, porque esos te los llevas para siempre, contigo, en un bolsillo bien escondido de la piel; para que ni las heridas más profundas puedan abrirlo en el futuro. La cama ya se ha acostumbrado a tu peso, pero sobre todo a la suma de los pesos acumulados durante las tardes y noches de películas o confidencias, y los muelles tiritan de miedo al pensar en tener que aprender a pesar otros cuerpos. El corcho te pide a gritos que vuelvas en otoño para vestirlo, cuando el calor ya no sirva de excusa para tenerlo desnudo. Pide tizas permanentes y se pregunta qué va a ser de él sin ese estampado de caras que poco a poco, día a día, se han ido convirtiendo en su vida, en tu vida, en la vida que ha habitado ese cuarto y lo ha llenado de calor a lo largo de estos años; llegando, quedándose, a veces un poco más y otras menos, marchándose, pero siempre regresando, de una u otra manera. La estantería permanece estática, pasa de música y no te echa en cara haber tenido las baldas más raras de la residencia. Sin embargo, y en un semisusurro, se pregunta si con un poco de suerte te olvidarás alguno de tus discos con todas esas canciones tristes de las que la has ido llenando durante este tiempo y que le servirían para asimilar la despedida, o alguno de tus utensilios de pinta y colorea con los que hoy escribes este texto. Pero tú también los necesitas. El espejo del lavabo se enfada y te devuelve un reflejo opaco. El armario se encierra en sí mismo y se niega a salir contigo para prestarte su ropa de abrigo; le estás volviendo a dejar frío y vacío. Y la silla de despacho... a esa la despachaste tú, pero nunca podrás olvidar que gracias a ella siempre hubo espacio para uno más cuando lo necesitaste, y que siempre, siempre, siempre, en esos casos, fue ocupada.
Escuchas conversaciones al otro lado de la puerta; eres consciente de que dentro de unos días, una vez que cruces la frontera entre habitación y pasillo con una maleta, no va a haber ruido o silencio que tape a esas voces despidiéndote. Y te tocará ser valiente otra vez. Entonar por última vez un “vivo en la habitación 124”. Volver a cruzar la puerta. Avanzar; porque como descubriste aquel primer día, es el progreso quien mueve la Historia... tus historias. Gracias por haber sido mi progreso.


Disco de la semana: Trapecista (Marwan)
Canción: Ángeles.... “Lo fácil sería desquererse, pero ¿quién rebobina este cuento? Difícil mirarte a la cara mientras doy pedales contra tu recuerdo”.